jueves, 21 de agosto de 2014

El Peor día de mi vida

Pasó así, el término de mi infancia, una común, fría y lluviosa mañana de colegio, uno de los días más lluviosos e insensibles, tal vez, de ese invierno bajo el clima inclemente del sur de Chile. Sonaba la sirena y eran las doce, hora de recreo, y me dirigí al baño aquejada de un dolor espantoso en la zona de mi cadera que jamás había sentido antes. Por fin en la privacidad de ese cuarto cerrado de cuatro paredes, persuadida de que algo no andaba bien, me vi con el calzón abajo, toda ensangrentada y casi me desmayo ante la impresión: me había llegado la menstruación al fin, a pesar mío y de las largas charlas educacionales en las cuales jamás se había mencionado el dolor del todo me habían preparado ante el impacto de ver la sangre corriendo entre mis delgadas piernas de ese modo, y por supuesto, no andaba preparada.

¡Qué dolor! y ¡qué vergüenza! sentí a mis doce años.
 Acudí a la inspectora, persona totalmente ajena a mí; ella, grande,tan adulta y resuelta, y yo, tan pequeña, vulnerable y llena de dudas, apenas le llegaba hasta los hombros, tiritando entre una mezcla de frío, dolor y miedo a que el sea negado el permiso para poder irme a casa, al cual cedió no sin antes soltar una risita que me hizo sentir aún más diminuta y avisarle a mis padres, quienes se encontraban trabajando.
 Ante la sorpresa de mis compañeros preguntando por qué me retiraba temprano evité dar explicaciones, agaché la cabeza, rápidamente tomé mis cosas para salir, dirigirme al paradero y abordar el bus que me llevaría de Puerto Varas a mi casa en Llanquihue, 10 minutos caminando, 20 minutos sentada en un húmedo bus y luego 10 más desde el paradero hasta mi casa sumaban  como resultado 40 minutos de una tremenda tortura.
Ahí yo, con mi falda y pantys ya manchadas, bajo un tremendo temporal y ese frío espantoso. Llovía como nunca y el viento penetraba hasta mis huesos, caminando con mi mochila por las verdes y mojadas calles, mojadas como nunca, la lluvia caía espesa y tupida como la sangre, sin piedad sobre mi pequeño cuerpo, y así iba yo caminando este calvario, "el peor día de mi vida" hasta ese día, mientras trataba de ocultar con mi mochila esa vergonzosa mancha que ya teñía mi ropa.
Todo me dolía y dolía tanto: la cabeza, las piernas, mi espalda, mi frágil cuerpo mojado por dentro  y por fuera a más no poder, tomar el bus, sentarme sobre todo lo mojado por otros y el frío, ese inmenso frío parecía empeorarlo a todo aún más.

Al fin llegué a mi casa, tomé una ducha final de agua tibia , me reencontré con mi cama y mi cuerpo se acomodó automáticamente en posición fetal en busca de algo de calor, hasta que llegó mi madre y a pesar de su cariño y las horas que pasé esperando a que fuera ella la primera en abrir esa puerta, el dolor de la matriz inflamada parecía no querer abandonar mi cuerpo.
Felicidades, ya eres toda una mujer, me dijo junto con un cálido abrazo. Sí, a mis 12 años era ya toda una mujer, al fin y al cabo, atrás quedaron los juegos junto con las "superficiales" preocupaciones, desde ahora tendría que lidiar con este dolor una vez al mes y otro tipo de dolores  por el resto de mi vida.


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