Eran las 06:02 la madrugada de un sábado 21 de mayo y a toda la ciudad lacustre de Llanquihue y
alrededores la despertó un leve temblor,
estaba todo oscuro y frío; los vecinos de aquel pequeño pueblo sureño encendieron las luces asustados y con la
mirada alerta, pero pronto volvió la
calma, “ solo un temblor” se dijeron y apagaron las luces para seguir durmiendo
nuevamente mientras otros aprovecharon
de levantarse, preparar su desayuno e
irse a trabajar.
Nada realmente importante
ocurría en esa pequeña ciudad, por lo que el temblor de la madrugada fue el
tema del día. Un gran acontecimiento, vecinos comentaban unos con otros cómo lo
sintieron y el susto que les dio. Las
noticias indicaban que había sido un terremoto 7 ,3 grados Richter ocurrido a unos 600 km al norte en la ciudad de Concepción.
Era un día otoñal en esa localidad de pocos habitantes donde todos se conocían. Tenía
una iglesia, una carnicería, un banco, una estación de bomberos, una comisaría,
muchas tiendas, unas cuentas empresas recién nacidas, casas de tejuela, bellas
construcciones hechas por colonos alemanes y todo lo necesario para
autoproclamarse una próspera ciudad junto al lago del mismo nombre, cubierta de
espeso bosque, una línea férrea que bordeaba el lago y un rio llamado Maullín que dividía la
ciudad en dos.
Contaba solo con una escuela por lo cual todos los niños eran
compañeros y los adultos que tenían hijos se conocían con nombre y apellido,
famosa era la familia Schwerter que abastecía al pueblo con ricas carnes de
cerdos traídas de los campos cercanos en Totoral, matrimonio mestizo donde el
padre corpulento, rubio y rosado era descendiente directo los primeros colonos
que llegaron a los campos de Llanquihue y formaron la primera carnicería del
pueblo, y la madre era algo más morena y delgada .
Tenían un pequeño hijo
quien nació moreno como la madre pero
robusto igual que su padre, llamado Federico quien cursaba primero básico a su
corta edad de 6 años en la escuela del pueblo, y en sus ratos libres disfrutaba
de ayudar en los quehaceres de la carnicería con sus padres.
Su casa y carnicería
estaba ubicada frente a la modesta y pintoresca iglesia que, a su vez, quedaba
junto al río Maullín. Lo cruzaba 2
puentes, uno para carrocerías, bueyes y vehículos y el otro, llamado “ Puente
Fierro”, por donde pasaba el tren cada día a las 4 de la tarde , lo cual era todo un espectáculo
para Federico y todos los niños que ahí
esperaban puntuales para ver pasar el tren y ponerse a correr algunos descalzos y
otros con sus zapatos llenos de barro levantando la mano para saludar a los viajeros
que iban sentados viajando desde el norte hasta llegar a la estación más
austral del mundo que era Puerto Montt.
El día domingo llegó de la
manera más normal en que un día destinado al descanso podría llegar. Era un día apacible, los llanquihuanos
temprano se reunían en la iglesia para luego regresar a sus respectivos
almuerzos familiares. Una agradable
tarde en la que el sol pocas veces presente
en otoño, invitaba a pasear, mientras otros reposaban su merecida siesta
dominical.
Nada en particular habría
presagiado lo que estaba a punto de ocurrir, el caso es que era un domingo 22 de mayo cualquiera, sin embargo,
el año, el lugar o las circunstancias
eran las características de que algo estaba a pronto a ocurrir, y esta fecha
quedaría grabada para siempre en recuerdos como una gran tragedia global, era
el año 1960.
Don Eraldo Werner,
bombero de la 2da compañía de bomberos, devoto esposo y padre de dos hijos
terminó su almuerzo dominical cuando miró el reloj y eran las 14:00 horas
-tomaré una siesta- dijo mientras los niños salían a pasear por la playa
acompañados de su madre, los alcanzaré más tarde pensó y se dirigió a su cuarto
ubicado en el segundo piso de su casa de madera, por fin en la intimidad de su
cuarto quitó sus zapatos y se dispuso a reposar cayendo en un profundo sueño, en su sueño se veía a sí mismo corriendo
entre muchas casas que caían a su espalda, se dirigía en busca del llanto de un
infante que no podía encontrar.
Estaba visualizando las casas caer a su espalda cuando algo lo
movía abruptamente no solo a él, sino su cama y su propia casa, abrió los ojos asustado despertando con una
gran impresión: un leve temblor lo alertó, salió de su casa en busca de su
familia quienes encontró en el camino de
regreso asustados, todo pasó muy deprisa, hasta que al fin pudieron
reunirse los cuatro en plena calle bajo el cielo azul y esa inusual pero cálida
atmosfera de otoño.
Ese temblor sólo fue la
alerta para lo que vendría, un aviso
para lo que ocurriría 20 minutos después cuando, siendo las 15:11 minutos un
primer golpe en seco sacudió la tierra,
luego otros con más intensidad llegó tan fuerte que la gente que estaba en pié
cayó al suelo. 10 aterradores minutos provocaron muchos levantamientos y
hundimientos de hasta muchos metros.
Don Eraldo Werner y su
familia, abrazados estaban en pánico rezando
por sus almas, pues esto parecía ser el fin del mundo, las cosas caían a
su alrededor y nunca 10 minutos habían parecido ser tan eternos y aterradores, creían que hasta ahí había
llegado sus vidas, las casas de madera
caían y las calles se abrían, ellos estaban en pánico tendidos en el suelo
donde el padre los protegía y la madre
con los niños lloraban pidiendo perdón al cielo. Se encontraban en el
patio de su casa y sin éxito lograban esquivar lo que caía a su alrededor, eso
era todo. Alrededor sólo pánico y
desolación. Al fin la tierra dejó de moverse y la familia Werner en shock,
tiritando, se encontraban viviendo su peor pesadilla.
Todo alrededor de ellos
era caos, miraron con los ojos desorbitados a su casa semi destruida, no daban crédito a lo que había pasado… ¿y
ahora qué?
Don Eraldo se vió entre la difícil decisión de velar por la
seguridad de su familia o acudir en ayuda como el bombero ejemplar que era, su
casa estaba en escombros. Marta, su
esposa, temblando acudió a ver, pero Don Eraldo la frenó para que se dirigiera
con más calma. Un terremoto tan grande como el que acababan de vivir tendría
sus próximas réplicas, ahora solo podía llevarlas al lugar más seguro en donde
podrían estar: la compañía de bomberos que seguía en pie, donde estaría
funcionando como albergue, mientras buscaban información acerca de dónde fue el
epicentro y qué magnitud tuvo esta.
Se dirigieron esquivando los perros muertos que yacían en las
calles. Todo era desolación, las casas caídas, personas en shock llorando,
muchos heridos y grietas por los caminos sin pavimentar. Dejando a su familia
en un buen lugar, acudió a sus labores bomberiles en busca de información, ayuda y comida.
Aún quedaban 3 horas de luz. Pronto los evangélicos salieron a
las calles a predicar que era el fin del mundo,
provocando aún más el pánico entre los llanquihuanos.
No había luz ni agua, las
cañerías estaban rotas, pero gracias a que estaban junto al gran lago
Llanquihue, las personas se podían organizar para ir en busca de agua. Ese lago
que antes estaba rodeado de eucaliptus lucía devastador, no era otra cosa más
que un cementerio de árboles caídos. Ese día, a las cuatro, el tren, por
supuesto, no pasó, la línea férrea que
alguna vez fue recta, se encontraba en curvas y el antiguo puente por donde
antes pasaban los bueyes y algunos vehículos, se encontraban ya en ruinas. Sólo
el puente fierro servía para unir los dos tramos de la ciudad.
Poco a poco la gente se
comenzó a reunir en los albergues, las noticias indicaban que había sido el
mayor terremoto y que había alcanzado el primer lugar en índices mundiales,
9,5° en la escala Richter, con epicentro en las cercanías de Valdivia, lo que
tuvo como consecuencia un maremoto en las costas del pacífico que afectó a Hawai, Japón y al correr las
horas, muchos tsunamis en las costas de Chile.
Las réplicas no se
hicieron esperar, la gente estaba aterrada, no podría aguantar un terremoto más
de tal magnitud, la tierra se mostraba amenazante.
Los vecinos de Llanquihue comenzaron a reunirse, buscar a sus
vecinos, familiares, noticias, uno a uno iban llegando a los albergues
habilitados, agradeciendo a Dios de encontrarse a salvo, con leves heridas pero
sabían que todo eso pudo haber tenido consecuencias peores, habían personas de
las cuales no se tenía noticia alguna, uno de ellos la familia Schwerter, los
dueños de la carnicería local, su casa se encontraba como muchas otras, en ruinas, pero no había nadie
debajo de ellas.
Las horas comenzaron a
pasar y junto con eso reunieron linternas,
lámparas guardadas y muchas velas, tal vez fue una de las noches más
eternas, sólo los niños pudieron dormir, los adultos sufrían sus pérdidas materiales, sus casas, el futuro se veía
desconcertante. El 80% de la ciudad se encontraba en ruinas. Había mucho que
pensar, pocas razones para dormir. La fuente vital era ese lago, si no vivieran
aledaños a él, sin luz ni agua sería aún peor.
El día lunes los
habitantes del sur de Chile abrieron los ojos esperando que todo hubiese sido
una pesadilla, un mal sueño, pero al
verse a si mismo en albergues, lejos de sus hogares, todos unidos tenían que ya
empezar a pensar en la reconstrucción. Ese día nadie pudo ir a trabajar.
Don Eraldo y sus
compañeros acudieron a todas las casas en ruinas para rescatar heridos,
llegaban noticias de muertes y derrumbes desde Chillán hasta Chiloé, la Cruz roja y la guardia civil mantenían el
orden, mientras los más histéricos gritaban “ ya viene, ya viene otra vez” como
si fuera una sentencia . Preocupante era la
cantidad de eucaliptus y árboles caídos en las playas alrededor del lago, poco
a poco llegaban víveres y todo tipo de ayuda, la gente se mostraba solidaria
ayudando , cooperando con la organización y ollas comunes.
Las noches transcurrían a
oscuras bajo el halo de la luz de las velas, a veces las estrellas se dejaban
ver dando un lindo espectáculo nocturno.
La familia Schwerter no aparecía, muchos otros tampoco, los bomberos, liderados por Don Eraldo,
comenzaron trabajos de búsqueda en las orillas, levantando árboles y despejando
posibilidades. Ese día domingo muchas
personas aprovecharon de salir a pescar, pasear
junto al lago, lo más probable es que el terremoto a muchas personas los
había pillado ahí. Así que se debía
limpiar esos escombros cuanto antes.
La lluvia, eterna
compañera del sur de Chile regresó de a poco,
provocando a los cinco días un gran temporal , dejando todo en peores
condiciones.
Poco a poco los trabajos
en la playa dieron cuenta del horror vivido esos días donde gente muerta
atrapada entre los árboles iban apareciendo de apoco. Era una verdadera
película de terror, personas aplastadas, muertas, comidas aparentemente por la
fauna local, grandes eucaliptus reposaban partidos en dos sobre la arena y el
lago, y encontraban cuerpos de vecinos
que podían rescatar para darles un entierro cristiano, de algunos sólo quedaban partes ya
putrefactas que emanaban un espantoso hedor. Restos que dadas las condiciones
en las que estaban, parecían difíciles de identificar, pero poco a poco
pudieron dar cuenta que uno de ellos eran los carniceros locales : la familia
Shwerter, pero no había rastro de Federico.
Don Eraldo quiso
averiguar más y esa tarde regresó al lago a vigilar y observar si alguien aún
se podía encontrar con vida, herido, pero si se podía rescatar agotaría todas
las posibilidades. Cuando sintió que algo se movía alrededor… un perro tal vez
, pensó , cuando de pronto, cobardemente, alguien lo atacó por atrás y un palo
cayó sobre su cabeza golpeándolo severamente, de él mismo no se volvió a saber
más.
Marta, su esposa, ya
estaba alarmada al pasar las horas al ver que su marido no llegaba. Ya al ser
medianoche no se aguantó y acudió a sus
compañeros en busca de ayuda, salieron a buscarlo, pero en vano la luz de sus
linternas no ayudaba mucho, preocupados fueron por baterías para seguir con la
búsqueda, cuando de pronto, orillando la
playa, se encontraron con el cadáver
semi cortado y comido de su compañero y amigo bomberil.
La muerte de Don Eraldo
no había sido un accidente, los peritos indicaron que había recibido un fuerte
golpe en la cabeza y que alguien lo
cortó con un cuchillo parte por parte, desmembrando sus brazos y sus orejas.
Dadas las condiciones que
habían acontecido todo parecía ser aún más aterrador, ya los bomberos no podían
salir solos, algo estaba ocurriendo, tal vez aquellos cadáveres no padecieron
por culpa del gran terremoto, sino que algo más siniestro aún estaba rondando
en esa ya derrumbada ciudad.
“ no puede ser que hayan cometido un crimen contra mi esposo, no
puedo creerlo” sollozaba Marta, su devota esposa, era demasiado soportar la
pérdida de sus bienes y más encima de su esposo dejándola viuda en semejante
situación, se unió al grupo de personas que habían perdido a sus familiares
durante el gran terremoto. – no descansaremos hasta encontrar al culpable- la
consolaban los compañeros de su marido.
Ahora ya no podían estar
solos, no sólo debían cuidarse de las continuas replicas, sino también de un carroñero o alguien sádico que se estaba valiendo de
las leyes de supervivencia, provocado por la traumante semana que acababan de
tener.
Mientras otros trabajaban
en la reconstrucción, otro grupo armado
vigilaba los alrededores mientras los bomberos despejaban la playa, querían
asegurarse de que todo quedara despejado.
Ya habían pasado varias semanas, cuando comenzaron a haber más desapariciones, todas en las partes solaneras alrededor del lago. Unas vecinas que caminaban por ahí cerca se encontraron con un cadáver imposible de identificar dadas las condiciones en las que se encontraba, se rumoreaba que algo estaba pasando, ya los vecinos de esa tranquila ciudad no se podían sentir seguros.
Pronto grupos de carabineros organizados rondaban el lugar, pusieron foco en la playa, de noche y de día, pero una noche, que jamás podrá olvidar, vieron una persona chica, parecía un niño, pero no podía ser un niño a esas horas, caminando por la playa, arrastrando algo que mientras se acercaban a la silueta sería lo más siniestro que habían visto en sus vidas!, un niño llevándose un brazo desmembrado de quien sabe qué cuerpo, lo tomaron entre dos hombres y el niño, olvidando su condición se movía como una fiera salvaje, tan salvaje como para haber estado todas esas semanas comiendo parte por parte del cadáver de quien pillara, inclusive el de sus padres.
El misterio estaba
resuelto, pero los llanquihuanos no daban crédito a lo que oían. Federico el
hijo de los Schwerter, niño aún de seis años, criado en una carnicería era la
bestia que había matado a don Eraldo Werner y dado al shock que le provocó el
terremoto y la muerte de sus padres, había hecho lo que siempre había visto
hacer, cortar y comer carne, pero cuando se le había acabado la comida, en su
instinto de supervivencia comenzó a matar.
Los caníbales dicen que el sabor de la carne humana es como la del cerdo. ¿Pero cómo pudo este pequeño cometer canibalismo con sus propios padres? Se preguntaban las autoridades y nadie lo podía entender, el niño no hablaba, algo debían hacer con él, domesticarlo, convertirlo en persona, pero todo lo vivido no se sanaría así tan fácil. Dejarlo libre era como dejar libre a una bestia.
Lo mantuvieron tres días encerrado, dándole comida y agua, el niño no respondía ninguna pregunta, en cambio, los miraba con desprecio, con intriga, como un animal acechando a su víctima. Tras esos tres días las autoridades resolvieron enviarlo a una clínica psiquiátrica en Puerto Montt.
Encerrado, lo tenían en celda propia, un pequeño niño de seis años, las enfermeras más nobles, lo llenaban de pastillas, hasta que un día uno de los enfermeros pillo a su colega tirada en el suelo, le faltaban los dedos, y Federico no estaba por ninguna parte, pronto encendieron la alarma y todos lo buscaban. Federico había tomado las pastillas esa noche y le había puesto en la bebida de sus compañeros para doparlos y comerse a uno de ellos, por parte.
Los caníbales dicen que el sabor de la carne humana es como la del cerdo. ¿Pero cómo pudo este pequeño cometer canibalismo con sus propios padres? Se preguntaban las autoridades y nadie lo podía entender, el niño no hablaba, algo debían hacer con él, domesticarlo, convertirlo en persona, pero todo lo vivido no se sanaría así tan fácil. Dejarlo libre era como dejar libre a una bestia.
Lo mantuvieron tres días encerrado, dándole comida y agua, el niño no respondía ninguna pregunta, en cambio, los miraba con desprecio, con intriga, como un animal acechando a su víctima. Tras esos tres días las autoridades resolvieron enviarlo a una clínica psiquiátrica en Puerto Montt.
Encerrado, lo tenían en celda propia, un pequeño niño de seis años, las enfermeras más nobles, lo llenaban de pastillas, hasta que un día uno de los enfermeros pillo a su colega tirada en el suelo, le faltaban los dedos, y Federico no estaba por ninguna parte, pronto encendieron la alarma y todos lo buscaban. Federico había tomado las pastillas esa noche y le había puesto en la bebida de sus compañeros para doparlos y comerse a uno de ellos, por parte.
Pasaron los años y dadas
sus condiciones de niño se pudo camuflar y escabullir por donde se le diese la
gana, llegaban noticias por todo el sur del país de misteriosas desapariciones,
pero cada vez se fueron encontrando menos huellas de él salvo que pese a los
años su cuerpo no creció ni un centímetro más y siguió siendo físicamente un
niño. Un niñito caníbal, que se escondía por las orillas del lago Llanquihue,
descalzo, moreno, con los dientes picados sobreviviendo y atacando como una
bestia a quien pillara desapercibido.
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