Se caía el cielo lloviendo y su cuerpo en afán de
protegerla la encogía en un intento de que el viento no le siguiera mojando la
cara – pero qué más da !- pensó. Ya iba llegando a casa con los pies y casi
todo el cuerpo mojado, en realidad era poco lo que quedaba seco en ella.
Esquivando las pozas de agua y pocos transeúntes que habían acelerado el paso, al
fin abrió el portón lleno de musgo de
madera podrida y llegó a su casa, buscó
sus llaves entre papeles , labiales, espejos y cuanta cosa pudiera guardar en
su cartera, siempre lamentaba tanto desorden pero le era inevitable.
Una oscuridad absoluta invadía el pequeño pueblo – lo último que me faltaba! - el temporal provocó un apagón, tomó su celular para alumbrar lo que no pudo pillar con el tacto y encontró las benditas llaves, de paso se dio cuenta que le quedaba poca batería y lamentó una vez más que la suerte no estuviera de su lado. Alumbró la chapa y colocó la llave para hacer un giro y entrar a su casa, dejando las botas en la entrada y su chaqueta empapada de lluvia junto a la estufa mientras se oían los truenos que la inquietaban un poco.
-Será posible que al menos tenga una vela? – se preguntó, pero hace apenas un mes que se había mudado a Chiloé, al pueblo de Quicaví, a esa casa y no recordaba haber comprado velas, no había tenido motivos para hacerlo, pese a lo informada que estaba del clima en esa zona, lo cual no le hacía mucha diferencia, venía desde Concepción y ahí también los inviernos eran lluviosos.
Se sacó la ropa, hechó un vistazo al reloj y eran recién las ocho de la tarde, vivía sola, así que no le dieron ganas de hacer fuego, ni siquiera para secar su ropa, se colocó pijama y se comió unas frutas que tenía en casa.
Estaba tan acostumbrada a la luz eléctrica, que se puso de mal humor , tomó asiento y pensativa se puso a contemplar el sonido del viento y la lluvia en la oscuridad, cuando derrepente siente a un gato y lo que escucha no es un maullido sino unos gritos insoportables. No le gustaban los gatos, se levantó, abrió la ventana contra el viento y lo espantó para que se fuera. Con el viento que entraba escuchó un fuerte ruido que la alertó y no era nada más que un libro que había caído, lo cogió y lo alumbró con la poca luz que le deba el celular. No le gustaba leer y ese no era más que un viejo libro de pintura que una vez se había quedado de una visita de su padre cuando le fue a pedir que no se mudara tan lejos, mucho menos a ese pueblo legendario en Chiloé , pero ella no hizo caso, quería apartarse de Concepción, le gustaba el sur, no le gustaba que nadie le diga que debía o no debía hacer, era llevada a sus ideas y de manera desafiante, pesco sus cosas y consiguió un buen lugar donde hacer su práctica.
Dejó el libro sobre la mesa, estaba tan enfadada que tampoco pensó que era buena ocasión para leerlo. Se dirigió al baño para lavarse los dientes y sólo esperaba que la luz volviera pronto, no tenía sueño y ya la soledad y la tormenta comenzaban a hacer lo suyo, una psicosis, tal vez, pero cada vez le estaba dando más miedo todo.
Alumbrando con su celular tomó su cepillo, se dispuso a colocarle pasta de dientes y al alzar la vista al espejo vio un rostro masculino, moreno, con el cabello lacio y hasta los hombros tras ella mirándola, con ojos furiosos, mandó un grito mezclado con la lluvia y el viento que nadie podría haber escuchado, dejó caer el cepillo y salió corriendo al patio delantero, la lluvia comenzaba a mojarla de nuevo y no daba créditos a lo que había visto, se agachó, comenzó a llorar y a reprocharse a sí misma por el miedo que eso le había causado. Tenía el celular adentro, pero ella no quería entrar , quería correr a casa de sus vecinos y contarles lo que le pasó, por muy estúpido que sonara, pero volvió la cordura al pensamiento e intentó calmarse
En el momento en que escogió Quicaví como ciudad para hacer su práctica le habían comentado que ahí estaba la cueva de los brujos y cuanta leyenda había, pero nunca había tomado en serio esos comentarios, por el contrario, le había provocado mucha risa que las personas siguieran creyendo en eso y seguramente esas palabras habían quedado en su inconsciente la cual se hacía presente en esta noche de tormenta y la psicosis comenzaba a hacer lo suyo. Ella no le tenía miedo a nada, así que intentó calmarse pensando que era lo que siempre había pensado, simples tonterías. Cogió un palo de leña el cual dejó entre medio de la puerta para que no se cerrara, así se sentía más segura, si veía algo más, no lo dudaría, podría ser un ladrón e iría donde sus vecinos, ¡pero no recordaba donde había dejado ese celular! Y se dirigió por el pasillo estrecho hacia la cocina a encender un par de fósforos para iluminar.
Nunca había sido miedosa, estaba acostumbrada a vivir sola desde temprana edad, nunca había sentido miedo, pero pensando más en esta casa, llevaba solo 1 mes en ella, y quién sabe qué tipo de energías tenía. Se sentía asustada y molesta por sentirse así, pilló su celular tirado cerca del baño, lo tomó y la lluvia se sentía fuerte sobre el techo de lata. Se dirigió a su pieza en busca de una chaqueta seca y de pronto volvió la luz, se sintió aliviada, se dirigió lentamente al baño venciendo el miedo que esto le producía y no había nada ni nadie a quien temer. La luz espanta todos los miedos, así que esa noche dormiría con la luz encendida, claro, si no se vuelve a cortar.
Se percató de que en la casa no hubiera nadie más que ella, se dirigió a la entrada, tomó el palo de leña y cerró la puerta. Volvió a escuchar ese gato que no maullaba, sino gritaba, enojada tomó el palo de escoba para espantarlo por la ventana, cuando de pronto vio una sombra en la cortina y apareció de nuevo ese hombre moreno, delgado, de cara larga y cabello lacio hasta los hombros que furioso y quieto la observaba y le dijo : vete! ; de espanto soltó el palo de escoba y se cortó la luz de nuevo, dio un grito , y desesperada corrió a la calle, decidida, donde sus vecinos. Llorando les contó todo lo que vio, ellos la acogieron con esa calidez chilota y le permitieron entrar, la sentaron y mientras le preparaban un mate le aconsejaron que debía irse del pueblo, pues ya estaba condenada. Se sintió a salvo en esa tibia casa de madera, y les preguntó si podía pasar la noche con ellos, pues le gustaba Chiloé y le habían hablado de ese pueblo antes pero que ella no lo creía, necesitaba vivirlo para creerlo, y lo vivió. Pero aquella pareja sureña de avanzada edad le comentó que con esas cosas no se jugaba, que iba en serio, mejor que buscara otro pueblo antes que los brujos comenzaran a perseguirla.
Avanzó la noche entre pláticas y leyendas chilotas bajo la luz de las velas, con el calor de la estufa a leña, se puso cómoda en el sillón y abrigada de frazadas de lana cruda se dispuso a dormir, cuando el reloj marcaba las tres de la madrugada, sintió esa especie de parálisis de sueño, un peso sobre ella y angustiada sin poder moverse, abrió los ojos y vio a 3 hombres vestidos de monjes inclinados rezando sobre ella y se ahogó en un grito de terror inexpresable… le habían advertido que a los brujos no les gustaban los forasteros.
Una oscuridad absoluta invadía el pequeño pueblo – lo último que me faltaba! - el temporal provocó un apagón, tomó su celular para alumbrar lo que no pudo pillar con el tacto y encontró las benditas llaves, de paso se dio cuenta que le quedaba poca batería y lamentó una vez más que la suerte no estuviera de su lado. Alumbró la chapa y colocó la llave para hacer un giro y entrar a su casa, dejando las botas en la entrada y su chaqueta empapada de lluvia junto a la estufa mientras se oían los truenos que la inquietaban un poco.
-Será posible que al menos tenga una vela? – se preguntó, pero hace apenas un mes que se había mudado a Chiloé, al pueblo de Quicaví, a esa casa y no recordaba haber comprado velas, no había tenido motivos para hacerlo, pese a lo informada que estaba del clima en esa zona, lo cual no le hacía mucha diferencia, venía desde Concepción y ahí también los inviernos eran lluviosos.
Se sacó la ropa, hechó un vistazo al reloj y eran recién las ocho de la tarde, vivía sola, así que no le dieron ganas de hacer fuego, ni siquiera para secar su ropa, se colocó pijama y se comió unas frutas que tenía en casa.
Estaba tan acostumbrada a la luz eléctrica, que se puso de mal humor , tomó asiento y pensativa se puso a contemplar el sonido del viento y la lluvia en la oscuridad, cuando derrepente siente a un gato y lo que escucha no es un maullido sino unos gritos insoportables. No le gustaban los gatos, se levantó, abrió la ventana contra el viento y lo espantó para que se fuera. Con el viento que entraba escuchó un fuerte ruido que la alertó y no era nada más que un libro que había caído, lo cogió y lo alumbró con la poca luz que le deba el celular. No le gustaba leer y ese no era más que un viejo libro de pintura que una vez se había quedado de una visita de su padre cuando le fue a pedir que no se mudara tan lejos, mucho menos a ese pueblo legendario en Chiloé , pero ella no hizo caso, quería apartarse de Concepción, le gustaba el sur, no le gustaba que nadie le diga que debía o no debía hacer, era llevada a sus ideas y de manera desafiante, pesco sus cosas y consiguió un buen lugar donde hacer su práctica.
Dejó el libro sobre la mesa, estaba tan enfadada que tampoco pensó que era buena ocasión para leerlo. Se dirigió al baño para lavarse los dientes y sólo esperaba que la luz volviera pronto, no tenía sueño y ya la soledad y la tormenta comenzaban a hacer lo suyo, una psicosis, tal vez, pero cada vez le estaba dando más miedo todo.
Alumbrando con su celular tomó su cepillo, se dispuso a colocarle pasta de dientes y al alzar la vista al espejo vio un rostro masculino, moreno, con el cabello lacio y hasta los hombros tras ella mirándola, con ojos furiosos, mandó un grito mezclado con la lluvia y el viento que nadie podría haber escuchado, dejó caer el cepillo y salió corriendo al patio delantero, la lluvia comenzaba a mojarla de nuevo y no daba créditos a lo que había visto, se agachó, comenzó a llorar y a reprocharse a sí misma por el miedo que eso le había causado. Tenía el celular adentro, pero ella no quería entrar , quería correr a casa de sus vecinos y contarles lo que le pasó, por muy estúpido que sonara, pero volvió la cordura al pensamiento e intentó calmarse
En el momento en que escogió Quicaví como ciudad para hacer su práctica le habían comentado que ahí estaba la cueva de los brujos y cuanta leyenda había, pero nunca había tomado en serio esos comentarios, por el contrario, le había provocado mucha risa que las personas siguieran creyendo en eso y seguramente esas palabras habían quedado en su inconsciente la cual se hacía presente en esta noche de tormenta y la psicosis comenzaba a hacer lo suyo. Ella no le tenía miedo a nada, así que intentó calmarse pensando que era lo que siempre había pensado, simples tonterías. Cogió un palo de leña el cual dejó entre medio de la puerta para que no se cerrara, así se sentía más segura, si veía algo más, no lo dudaría, podría ser un ladrón e iría donde sus vecinos, ¡pero no recordaba donde había dejado ese celular! Y se dirigió por el pasillo estrecho hacia la cocina a encender un par de fósforos para iluminar.
Nunca había sido miedosa, estaba acostumbrada a vivir sola desde temprana edad, nunca había sentido miedo, pero pensando más en esta casa, llevaba solo 1 mes en ella, y quién sabe qué tipo de energías tenía. Se sentía asustada y molesta por sentirse así, pilló su celular tirado cerca del baño, lo tomó y la lluvia se sentía fuerte sobre el techo de lata. Se dirigió a su pieza en busca de una chaqueta seca y de pronto volvió la luz, se sintió aliviada, se dirigió lentamente al baño venciendo el miedo que esto le producía y no había nada ni nadie a quien temer. La luz espanta todos los miedos, así que esa noche dormiría con la luz encendida, claro, si no se vuelve a cortar.
Se percató de que en la casa no hubiera nadie más que ella, se dirigió a la entrada, tomó el palo de leña y cerró la puerta. Volvió a escuchar ese gato que no maullaba, sino gritaba, enojada tomó el palo de escoba para espantarlo por la ventana, cuando de pronto vio una sombra en la cortina y apareció de nuevo ese hombre moreno, delgado, de cara larga y cabello lacio hasta los hombros que furioso y quieto la observaba y le dijo : vete! ; de espanto soltó el palo de escoba y se cortó la luz de nuevo, dio un grito , y desesperada corrió a la calle, decidida, donde sus vecinos. Llorando les contó todo lo que vio, ellos la acogieron con esa calidez chilota y le permitieron entrar, la sentaron y mientras le preparaban un mate le aconsejaron que debía irse del pueblo, pues ya estaba condenada. Se sintió a salvo en esa tibia casa de madera, y les preguntó si podía pasar la noche con ellos, pues le gustaba Chiloé y le habían hablado de ese pueblo antes pero que ella no lo creía, necesitaba vivirlo para creerlo, y lo vivió. Pero aquella pareja sureña de avanzada edad le comentó que con esas cosas no se jugaba, que iba en serio, mejor que buscara otro pueblo antes que los brujos comenzaran a perseguirla.
Avanzó la noche entre pláticas y leyendas chilotas bajo la luz de las velas, con el calor de la estufa a leña, se puso cómoda en el sillón y abrigada de frazadas de lana cruda se dispuso a dormir, cuando el reloj marcaba las tres de la madrugada, sintió esa especie de parálisis de sueño, un peso sobre ella y angustiada sin poder moverse, abrió los ojos y vio a 3 hombres vestidos de monjes inclinados rezando sobre ella y se ahogó en un grito de terror inexpresable… le habían advertido que a los brujos no les gustaban los forasteros.